Finales de octubre
Correr. Correr. Correr. Volar. Hay días en los que hasta la velocidad de los objetos parece que cambia. La tostadora se acelera, el termómetro se sorprende, las toallas descienden tan veloces por el cuerpo. Los zapatos, el móvil, libros intrépidos, un bolso, las llaves.
Correr, correr y no olvidar nada. Descender al oscuro pasadizo del metro, resbalar por barandillas imaginarias, dejarnos engullir por escaleras mecánicas. Mirarse al espejo y rebotar en sonrojo. En la prisa del debate, del desenvolverse; en lo efímero de la actualidad: noticias que son hormigas intrépidas huyendo en todas direcciones.
Pero en algún punto de la tarde/noche nos detenemos. Destensamos los músculos. Nos encerramos en la agradable oscuridad del cine. Nos sentamos y respiramos hondo. Como llevándonos adentro todo lo ocurrido. Deseos, premoniciones y minutos que arañan.
Ahora que empieza el frío buscamos refugio en sitios deliciosos.
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