Calcetines

Hay días en los que uno no debería levantarse de la cama que tan bien le trata; al fin y al cabo no todos los días somos valiosos para la humanidad o para el mundo, diría incluso que hay ciertos días en los que somos una molestia y que la propia vida nos lo hace ver a codazos: que no hay sitio...
Pero qué le vamos a hacer, tampoco nos deja hacerlo; es obligatorio levantarse y hacer el paripé quieras o no, aunque no seas más que una molestia y luego se queje. 

Pero eso de quedarse en la cama, no.

Lo que no llego a entender es cómo somos capaces de empujar a alguien hacia "su" rinconcito de vida (y lo meto entre comillas, porque poco suyo será si necesita ser empujado, pero vaya) y juzgarle, presionarle y tratar de condicionarle y hacerle volver al redil cada vez que intenta sacar un pie... y, más aún, sorprendernos cuando creemos que todo eso ha funcionado y de repente ese redil no era más que una tapadera para que le dejásemos tranquilo.

Y es que el Bien y el Mal hace tiempo que son amantes, señores, y no es tan fácil averiguar dónde termina uno y dónde empieza el otro, ni tan siquiera dentro de un contexto. Pero qué fácil es sentirse ofendido, cuán importantes somos para el resto del mundo y cuánto le importan nuestros dichosos egos y nuestros mimados sentimientos.

Personalmente me he hartado del chantaje emocional, de ese afán por hacer méritos, por hacerse notar, de ese aprovechamiento despiadado e indiscriminado hacia el prójimo, máxime si éste asoma un ápice de bondad o debilidad (como lo ven algunos).

No dejamos de ser animales y mientras no seamos capaces de morder cuando nos atacan, nos veremos obligados a mentir, engañar y hacer cuanto sea necesario para defendernos y por supuesto, asumir las consecuencias.

¿Es mejor un enfrentamiento abierto y continuo con esta sociedad que se ahoga en su propia mierda o por el contrario un intento de mantenerse al margen sin que se note?

Comentarios

Entradas populares de este blog

Nos sobran los motivos

XIII