Un árbol crece en Brooklyn
La mayoría de las mujeres tenía algo en común: los dolores del parto. Esto debería unirlas a todas, debería empujarlas a amarse y defenderse de los hombres. Pero no era así. Parecía que los enormes dolores del parto les habían endurecido el alma. Sólo se unían para hacerle daño a otra mujer, con las palabras o con las piedras. Ésta era la única forma de lealtad que conocían.
Los hombres eran distintos. Podían odiarse, sin embargo, formaban un bloque compacto contra el mundo entero y contra cualquier mujer que intentase enredar a uno de ellos.
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