Escena de un dulce otoño
Las hojas van deslizándose lentamente hacia el suelo, se diría que no tienen prisa por consumir sus últimos instantes; planean dejándose llevar y dan mil vueltas hasta aterrizar con tambaleantes pasitos. Ni siquiera la bailarina más ágil y delicada podría haber llevado a cabo el número con tanta elegancia y despreocupación.
Parece que bailan solas siguiendo el ritmo de miles y miles de respiraciones al unísono, susurrando nuestros más íntimos placeres, nuestros más delicados deseos, nuestros más ocultos pensamientos que no son sino la voz del interior del mundo.
Y son las hojas quienes nos mantienen unidos en este tímido noviembre: con su crepitar bajo un romántico paseo a la sombra de un camino de árboles, con su suavidad al ser lanzadas por los niños correteantes de mejillas sonrojadas de excitación infantil, con su discreción ante las apresuradas confidencias en una tarde de frío, con su sinfonía de colores: rojos, verdes y amarillos de todas las intensidades que adornan las estampas y sirven de fondo para tantas y tantas historias...
Las veo caer desde la ventana, parece que esta manta nunca llega a cubrirme los pies pero casi siempre se me olvida, es tan delicioso verlas bailando con el viento la coreografía del tiempo estático...
Hoy llueve, y las gotas golpean con insistencia mi ventana como haría un amante con piedrecillas. Casi no puedo contener mi excitación y me apresuro a abrir la ventana para recibir a ese galán silencioso.
Otoño viene siempre a verme cuando menos lo espero, normalmente le recibo con una taza humeante entre las manos y una manta suave acariciando mi piel, otras veces me encuentra perdida entre las sábanas o tejiendo hilos de lágrimas... nunca sé cuánto tiempo se va a quedar y la mayoría de las veces no noto su ausencia hasta pasado un tiempo de su partida, porque Otoño me acompaña allá donde voy...
Otoño marcó mi frente con su seria indiferencia, mi corazón con su soplo de nostalgia, mi alma con sus sueños lentos y suaves.
Otoño: padre, hermano, amante, amigo, y sin embargo nada de ello llega a ser con su aliento de niebla.
Se deja iluminar con esos largos rayos de sol, permitiendo que ellos coloreen sus mejillas y calienten sus manos, pero todos sus sentidos los guarda para su fiel amante.
Sólo ella puede lavar sus oscuros pensamientos y hacerle sentir ligero de nuevo... ella le hace flotar y teje mundos de ensueño para los dos, ella refleja la cara oculta de la Luna para él... y se siente en casa.
Porque Lluvia y Otoño se encuentran en la sombra, en los desdibujados matices de un banco del parque, en el abandono, en la soledad y el silencio... y no tienen nombre ni rostro porque su historia va más allá de las arenas del tiempo, de la memoria de la humanidad... y no hay obsesión ni vicio que corrompa sus sonrisas sinceras.
Es tiempo para los incomprendidos y los olvidados, los románticos, los bohemios, los poetas, los necios, los obstinados y soñadores, los vividores... en un instante nuestras almas se harán un sólo espíritu que nadie más podrá ver... Pasará desapercibido porque el instante es sólo y enteramente nuestro.
Parece que bailan solas siguiendo el ritmo de miles y miles de respiraciones al unísono, susurrando nuestros más íntimos placeres, nuestros más delicados deseos, nuestros más ocultos pensamientos que no son sino la voz del interior del mundo.
Y son las hojas quienes nos mantienen unidos en este tímido noviembre: con su crepitar bajo un romántico paseo a la sombra de un camino de árboles, con su suavidad al ser lanzadas por los niños correteantes de mejillas sonrojadas de excitación infantil, con su discreción ante las apresuradas confidencias en una tarde de frío, con su sinfonía de colores: rojos, verdes y amarillos de todas las intensidades que adornan las estampas y sirven de fondo para tantas y tantas historias...
Las veo caer desde la ventana, parece que esta manta nunca llega a cubrirme los pies pero casi siempre se me olvida, es tan delicioso verlas bailando con el viento la coreografía del tiempo estático...
Hoy llueve, y las gotas golpean con insistencia mi ventana como haría un amante con piedrecillas. Casi no puedo contener mi excitación y me apresuro a abrir la ventana para recibir a ese galán silencioso.
Otoño viene siempre a verme cuando menos lo espero, normalmente le recibo con una taza humeante entre las manos y una manta suave acariciando mi piel, otras veces me encuentra perdida entre las sábanas o tejiendo hilos de lágrimas... nunca sé cuánto tiempo se va a quedar y la mayoría de las veces no noto su ausencia hasta pasado un tiempo de su partida, porque Otoño me acompaña allá donde voy...
Otoño marcó mi frente con su seria indiferencia, mi corazón con su soplo de nostalgia, mi alma con sus sueños lentos y suaves.
Otoño: padre, hermano, amante, amigo, y sin embargo nada de ello llega a ser con su aliento de niebla.
Se deja iluminar con esos largos rayos de sol, permitiendo que ellos coloreen sus mejillas y calienten sus manos, pero todos sus sentidos los guarda para su fiel amante.
Sólo ella puede lavar sus oscuros pensamientos y hacerle sentir ligero de nuevo... ella le hace flotar y teje mundos de ensueño para los dos, ella refleja la cara oculta de la Luna para él... y se siente en casa.
Porque Lluvia y Otoño se encuentran en la sombra, en los desdibujados matices de un banco del parque, en el abandono, en la soledad y el silencio... y no tienen nombre ni rostro porque su historia va más allá de las arenas del tiempo, de la memoria de la humanidad... y no hay obsesión ni vicio que corrompa sus sonrisas sinceras.
Es tiempo para los incomprendidos y los olvidados, los románticos, los bohemios, los poetas, los necios, los obstinados y soñadores, los vividores... en un instante nuestras almas se harán un sólo espíritu que nadie más podrá ver... Pasará desapercibido porque el instante es sólo y enteramente nuestro.
... en un suspiro.
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